martes, 8 de noviembre de 2011

Sorpresa en el taxi


Frase del día: “No veo que lleguemos a algún lado, pero al fin y al cabo el tiempo que corre es el tuyo” Palabras de un taxista mientras ve su taxímetro

Un señor, algo inquieto, hace la parada a un taxi a la media noche. Su extraño semblante no hizo mucho en que pensar al despreocupado taxista, ya que, el supuso, que era alguien perdido a estas altas horas de la noche y que su angustia provenía en considerarse en peligro en el vecindario en donde le hizo la parada. Su facha apoyaba esta teoría porque su vestir era sencillo, despreocupado, unos lentes de fondo de botella y un bigote mal recortado daba la apariencia que en su vida jamás había matado a una mosca.

El pasajero indicó precisamente por donde desplazarse y el taxista siguió las indicaciones. El Chofer, acostumbrado a provocar platica en su carrito, lanzo un par de preguntas a su compañero ocasional pero este no le puso mucha importancia. Estaba encorvado en su asiento y jugueteaba, nerviosamente, con sus dedos frotando uno a uno. Un sobre salto embargó al cliente e indicó que lo dejara en la siguiente esquina, el conductor apiadándose de él supuso que no tenia más dinero para llegar hasta donde le había indicado, así que accedió a cobrarle lo que trajera.

Ante tal amabilidad el señor soltó a llorar y a pegar en su propio asiento, el carro se detuvo, volteo el chofer y pidió una explicación. – Verá usted, yo soy un asaltante- soltó una leve sonrisa irónica y prosiguió – bueno eso quería hacer ya que usted seria mi primera persona, pero ya no lo quiero hacer. Mi esposa tiene una enfermedad que la está acabando y hace dos meses que no tengo empleo. Mis ahorros ya no existen y por ello pensé que esta era la única forma de solucionar mis problemas pero no quiero ser un ladrón- y después de dicho esto empezó a llorar amargamente.

Después de unos minutos el improvisado ratero sintió la mano pesada de quien quería asaltar, pensó que lo más seguro es que tomaría justicia por tratarle de hacerle daño y trató escapar por una de las puertas pero era demasiado tarde, el corpulento hombre lo había prensado su delgado brazo.

Todo estaba perdido… pero no pasó nada, es más, la risa de quien lo apresaba se oía por toda la calle y después de calmarse un poco agregó: - Mire amigo, yo soy el dueño de una flota de taxis, pero el que me trabaja este vehículo renunció. Yo lo saque para que no se desperdiciara a noche y el destino me lo a puesto en mi camino.  Así que le propongo un trato, usted trabaja mi taxi y además de su paga yo me encargo de los gastos médicos de su esposa ¿Qué dice?- las lagrimas de tristeza se convirtieron en alegría y después de ese instante la necesidad no volvió a tocar su puerta y la amistad de estos dos dura hasta hoy.

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