sábado, 5 de noviembre de 2011

La casa ideal


Existe en una esquina un pequeño negocio que se dedica a vender casas. Su eslogan es “La casa que usted quiera, y si no existe, se la construimos”. Un día, en la puerta de entró un hombre que a simple vista se podía evidenciar que tenía mucho dinero. Cadenas de oro por todo el cuello, anillos con piedras preciosas en cada dedo, un traje con la más fina seda y cinco guarda espaldas.


La gente, en el exterior, se amontonaban atrás de los cristales de la tienda para ver a tan distinguida persona, que había traído tres limusinas, dos para sus guarda espaldas y una para él. 


Se sentó en la modesta silla, cerca del escritorio, donde se encontraba un impresionado vendedor, que no había dejado de mirar este despliegue de bonanza.  El tipo sacó un abano cubano y lo prendió con un encendedor de oro con diamantes incrustados, succionó una bocanada y dijo: -Muy bien señor, quiero comprar una casa-.


 El asustado trabajador trató de hablar pero su voz apenas podía salir de su delgado cuerpo:- Pode… podemos ofrecerle lo que quiera que desee- entonces el rechoncho empresario lo miró directo a los ojos y repuso: - Por eso vine aquí, me enteré de dicho, y déjeme agregar, que yo solo quiero lo mejor no importando el precio-. El tímido proveedor rejuvenecido por la afirmación de una jugosa comisión y lo que antes existía de inseguridad lo remplazaba arrojo y confianza en sí mismo. Saltó de su lugar y empezó a poner, enfrente de su cliente, los papeles de las mejores propiedades que estaban en venta, pero al parecer el burgués no estaba interesado en verlas y agregó: -A mí no me gusta estar viendo esas cosas, yo solo le pido que me dé lo que quiero y ya-
-pues si no lo tenemos lo conseguimos… ese es en escancia nuestro lema- y al terminar de decir el vendedor esto  la sonrisa del millonario se dejó ver y varios dientes de oro lo deslumbraron. Después de varios minutos en que los dos platicaron de trivialidades el semblante de  la cara del empresario puso un semblante serio y prosiguió:


Mira hijo, seré claro contigo  lo que quiero una casa en donde mis hijos me respeten y no me vean como su banco personal. Un lugar en donde las peleas con mi esposa, por cosas insignificantes, no existan. Que el respeto, amor y comprensión sean la forma de vida. Una lágrima rodó del frio tipo.


El vendedor  pensaba que esto era una broma y para amarrar al cliente quiso seguir el juego diciendo: -Pues si quiere  le puedo dar a mi familia, que tiene todo eso, por todo lo que tiene-. Un momento incomodo de silencio invadió la pequeña oficina, la cara del joven cambió de una alegría   absoluta a una preocupación exacerbada por la angustia de haber dicho alguna imprudencia.


El corpulento hombre se levantó de la silla y mientras salía en dirección a la puerta de cristal una pequeña frase salió de su compungido pecho. Estas palabras quiero en este día que te lleves amado lector, una persona que tenía todo lo que el dinero podía comprar y que sin embargo la desesperación por encontrar lo anhelado lo había llevado hasta ese barrio tan bajo, estas palabras son las siguientes:  “No sabes lo que pides ni lo que tienes chico, no lo sabes”.

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