miércoles, 12 de octubre de 2011

El anciano y la niña


Te espero en la terminal del metro, el cual está cerca de tu escuela. Veo  mi reloj, para determinar cuánto falta para que salgas de clase, y no puedo dejar pasar mi brazo con arrugas y lunares propios de mi edad. Aunque trato de disfrazarme para aparentar mi edad, son demasiados kilos de años para ocultarlos con una pluma, pero aun así, me pongo camisa de manga larga, un sombrero para ocultar mis canas y lentes obscuros para que mis ventanas viejas para que  mis patas de gallo no sorprendan a los observadores metiches que siempre nos rodean.
Llevas 5 minutos de retraso y me preocupa el no verte. Tal vez el consejo oportuno o la sensatez hallan hecho que te des cuenta que no mereces a este vejestorio que tiene más de 50 inviernos tratando de pagar la cuota de la vida o exista alguien más de tu edad que haya flechado tu tierno corazón. Eso sería justo y  normal, pero no quisiera tener más ausencias en mi vida.
Leonor era el nombre de mi esposa. Treinta años fueron los momentos en los que estuve con ella a su lado amándonos profundamente. Cuatro años son los que han pasado desde que ella se fue y esos mismos años son los que mis hijos han insistido en llevarme a un asilo para vender mi casa.
Estoy solo en este mundo, me toman por estorbo o un muerto que se aferra a este mundo. Siempre he pensado que lo que nos une son esos sentimientos. Mi niña sufre la soledad de una madre que maldice el día en que la parió. A su padre solo lo conoce por una fotografía, ya que a los 4 años, se fue de ti, porque según ella dice: "No fue lo suficientemente preciada para retenerlo e irse a hacer otra familia". La soledad que ha sido nuestra compañera, nos ha presentado y reunido como una confidente de este amor prohibido.
Porque el pensar que un número de años determina la felicidad de una pareja. No hay personas que se hacen la vida miserable teniendo la misma edad. Tantas indirectas hemos tenido en estos meses que estoy en el punto de enojarme o acostumbrarme… ¿Qué no entienden que no tenemos a nadie?  Por triste que sea no tenemos a nada más que a nosotros mismos.
Despierto de mis pensamientos y la veo radiante, buscándome desesperadamente, está del otro lado de la estación y le hago la señal con la mano para que me vea. La señal es clara y corres hacia mí.
En tu largo recorrido una señora, al lado mío me dice: -¡Qué bonita esta su nieta!- y yo sin pronunciar nada solo le sonrió. Llegas y saltas a mis brazos de una forma efusiva. El suspiro de la mirona no se deja esperar, pero al besarme en los labios, la admiración se convierte en reproche: -viejo Rabo verde- Grazna la vieja cacatúa mientras me sumerjo en tus ojos.
Para sorpresa mía tú también te disfrazaste poniéndote un vestido muy aseñorado, pero por desgracia eres tan delgada que parece que fueras una niña que tomó los trajes de su madre para jugar un rato. Los dos nos reímos al darnos cuenta de nuestra apariencia.
Las horas pasaron y platicamos de todo un poco, yo quiero salir de allí porque mis piernas ya no son lo que eran antes. Pero me dices que no quiere separarte de mí así que esta bien.
Nos tomamos fotos por tu celular y me explicas muchas cosas acerca de lo que haces con el internet… Sinceramente no entiendo esas cosas tan complicadas pero tu entusiasmo de cómo lo dices me fascina.
Todo el tiempo estoy pensando si será lo correcto lo que hacemos. Si nos estaremos utilizando para espantar  a la misma soledad que nos dio tanto en común. Te vas y me vuelves demostrar tu querer como siempre y corres a tomar el último tren a tu casa. Mmientras te alejas, no dejo de pensar hasta cuando alguno de los dos dejara esta obra montada que las personas que nos rodean nos obligaron a actuar.

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