Existe en una esquina un pequeño negocio que se dedica a
vender casas. Su eslogan es “La casa que usted quiera, y si no existe, se la
construimos”. Un día, en la puerta de entró un hombre que a simple vista se
podía evidenciar que tenía mucho dinero. Cadenas de oro por todo el cuello,
anillos con piedras preciosas en cada dedo, un traje con la más fina seda y
cinco guarda espaldas.
La gente, en el exterior, se amontonaban atrás de los
cristales de la tienda para ver a tan distinguida persona, que había traído
tres limusinas, dos para sus guarda espaldas y una para él.
Se sentó en la modesta silla, cerca del escritorio, donde se
encontraba un impresionado vendedor, que no había dejado de mirar este
despliegue de bonanza. El tipo sacó un
abano cubano y lo prendió con un encendedor de oro con diamantes incrustados,
succionó una bocanada y dijo: -Muy bien señor, quiero comprar una casa-.
El asustado
trabajador trató de hablar pero su voz apenas podía salir de su delgado
cuerpo:- Pode… podemos ofrecerle lo que quiera que desee- entonces el rechoncho
empresario lo miró directo a los ojos y repuso: - Por eso vine aquí, me enteré
de dicho, y déjeme agregar, que yo solo quiero lo mejor no importando el
precio-. El tímido proveedor rejuvenecido por la afirmación de una jugosa
comisión y lo que antes existía de inseguridad lo remplazaba arrojo y confianza
en sí mismo. Saltó de su lugar y empezó a poner, enfrente de su cliente, los
papeles de las mejores propiedades que estaban en venta, pero al parecer el
burgués no estaba interesado en verlas y agregó: -A mí no me gusta estar viendo
esas cosas, yo solo le pido que me dé lo que quiero y ya-
-pues si no lo tenemos lo conseguimos… ese es en escancia
nuestro lema- y al terminar de decir el vendedor esto la sonrisa del millonario se dejó ver y
varios dientes de oro lo deslumbraron. Después de varios minutos en que los dos
platicaron de trivialidades el semblante de la cara del empresario puso un semblante serio
y prosiguió:
Mira hijo, seré claro contigo lo que quiero una casa en donde mis hijos me
respeten y no me vean como su banco personal. Un lugar en donde las peleas con
mi esposa, por cosas insignificantes, no existan. Que el respeto, amor y comprensión
sean la forma de vida. Una lágrima rodó del frio tipo.
El vendedor pensaba
que esto era una broma y para amarrar al cliente quiso seguir el juego
diciendo: -Pues si quiere le puedo dar a
mi familia, que tiene todo eso, por todo lo que tiene-. Un momento incomodo de
silencio invadió la pequeña oficina, la cara del joven cambió de una alegría absoluta a una preocupación exacerbada por la
angustia de haber dicho alguna imprudencia.
El corpulento hombre se levantó de la silla y mientras salía
en dirección a la puerta de cristal una pequeña frase salió de su compungido
pecho. Estas palabras quiero en este día que te lleves amado lector, una
persona que tenía todo lo que el dinero podía comprar y que sin embargo la desesperación
por encontrar lo anhelado lo había llevado hasta ese barrio tan bajo, estas
palabras son las siguientes: “No sabes
lo que pides ni lo que tienes chico, no lo sabes”.
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