"Nunca me he quebrado por decir la verdad" Palabras del espejo mágico
de Blanca Nieves
Cuando era pequeño mi
territorio de juego, en donde podía correr desenfrenado, era en mi casa
obviamente cuando esto pasaba mis padres no estaban. Esto era poco común pero sucedía.
La alegría de correr de un lugar a otro y subirme en los
asientos, para después saltar descontroladamente, alegraban mi juvenil corazón.
También el saber que lo que estaba haciendo estaba prohibido y que estaba
infringiendo la ley era el toque de sal que le daba más sazón al dinámico
entretenimiento.
Tenía 8 años cuando
en una de estas carreras llevó a un inocente a un fatídico accidente. Salté
sobre el muñido sillón y sin darme cuenta pisé mal lo que originó que, al
tratar de reincorporarme, moviera un mueble donde unas figuras estaban descansando.
El crujir de una de ellas me heló la sangre. – ¡No puede ser! ¡La del niño
orando no!- grito mientras recordaba que esa era una de las estatuas que le
regalaron a mi madre en su boda.
Los pedazos en el piso me recordaban el sin numero de
castigos que podía recibir, uno por cada pieza, y la desesperación me invadió.
Por suerte uno de mis amigos toco la puerta para que saliera a jugar. Lo demás se
lo imaginan, el me ayudó pegando la estatua y me recomendó que no se lo
comentara a nadie para poderme salvar.
Lo hice, pero no transcurrió una semana para que mi madre se diera cuenta del
homicidio y por supuesto fui castigado por haber desobedecido al correr en mi
casa y por romper el pedazo de porcelana que tenia, aunque muy pequeñas,
grietas que demostraba mi error.
Aprendí con dos cosas:
- Las cosas que sabemos que están mal y las hacemos, aunque reparemos el daño, siempre habrá consecuencias y cicatrices que te recordaran tu error
- Y que las madres tienen un sexto sentido que hasta Sherlock Holmes lo envidaría
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