Una madre sale a caminar con su hijo. El niño, de apenas 6 años, quiere mucho a su mamá y la ve con
gran admiración. La cariñosa mujer detecta la mirada de asombro de su hijo y le
pregunta: -¿En qué piensas?- el niño, apenado porque lo hayan sorprendido
mirando, voltea la cabeza y balbucea: - es que eres tan grande y rápida… un
paso mío son dos tuyos- una carcajada sorpresiva acaparó la silenciosa calle y
la mujer dijo: - No te preocupes, algún día serás más grande que yo y tendrás
tantas fuerzas que me podrás cargar a mí como yo lo hago-.
Han pasado 30 años desde que eso pasó y la madre pinta hilos
de plata en su pelo. Su caminar es más cuidadoso y delicado. En las manos se
pintan sombras negras y su piel parece
de papel celofán. Camina por esa misma calle, donde el recuerdo de su pequeño
niño tomándole la mano, es cada vez es más lejano.
En un instante algo la levanta del piso, con una rapidez,
asustando a la pobre mujer dándole solo la oportunidad de dar un pequeño
grito:- Bájame hijo que me vas a lastimar- . Solo la risa traviesa del hombre
se esparce entre las pareces del maltratado camino. Él, para remediarlo, le da
un beso en la mejilla y la vuelve a poner en el seguro camino.
Hubieron dos momentos, en esta escena, más notables: en el que
la fémina fue sorprendida y cuando, enojada, exigía que la bajaran, pero, si viéramos
con más atención, entre estos dos instantes existen el sentimiento de felicidad
que tiene la madre al saber que su hijo a crecido, y que, lo antes parecía un
sueño, ahora es realidad.